viernes, 19 de julio de 2013

Tan acostumbrada a no conformarme con la definición de cada palabra en sí, enredo y desenredo y enmaraño lo que en mi produce un conjunto de sílabas. Formando algo que al llamarlo palabra se le da superficialidad, se le cosifica.
Así mismo empiezo a recordar, y me acuerdo del recuerdo.

Al recuerdo se le llama así porque fue, pasó
y si volviera a ser revivido, yo iría predispuesta por el recuerdo y se perdería la magia del imprevisto.

Si así sucedió así tubo que suceder.

El futuro sería un futuro ensayando un próximo recuerdo, y todo sería tan cuerdo que no sería como la vez primera.
Pasa tan rápido que cada minuto es un recuerdo del minuto siguiente y te predispone a como actuar el proximo y así sucesivamente.

Tu siempre serás recordado, es el precio que tienes que pagar por enamorar a una escritora.
Que te voy a hacer inmortal, estupido, y no lo sabrás nunca.

Jugando al juego de las palabras me acuerdo de una muy curiosa... La llaman esperanza.
Todo el mundo hemos fantaseado con un final ficticio, con la certeza de que es incierto e improbable.
Llámame soñadora, que cree en absurdos finales felices, y que cuando ya no hay ceniza piensa que la ceniza va a volver y se va a transformar en leña donde encender una llama.
O que la flor marchita se va a erguir después de haber sido pisoteada por el tiempo.
La gente corriente lo llama esperanza. Suena más cuerdo y más alentador que llamarlo absurdos finales felices.

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