Ellas nacen del mar más inmenso
de aguas cristalinas que en tí habita,
y salen a corretear por tus mejillas
sin previo aviso, dibujando en tu lienzo,
en tu faz, caminitos tan mojados
que resvalan en tus ojos poesía
y a ellas les brindo el fín de mis días
y a ellas les debo, alegrías, enfados...
Nadaría por los ríos que forman tus ojeras
y las bebería sorbo a sorbo si berberlas pudiera.
Hablan un lenguaje ausente.
Sutiles, bellas, todas diferentes.
Las lágrimas no tienen rivales,
pues con más o menos razón,
todas ellas son iguales
si salen del corazón.
Nos acompañan en nuestra vida
desde que de sangre y sudor nacemos.
Pero las últimas... ¡Oh, amarga saliva!
Las últimas llegarán cuando nos marchemos.
Y desde que crecemos,
las lágrimas nos han enseñado
que aunque aveces no las vemos,
es porque las han guardado.
Y esconderlas largos tiempos es complicado.
Pues al fin y al cabo, juguetonas,
estas están en todas las personas,
y todos nosotros también hemos llorado.
Aveces nos contagian sin quererlo,
y acaban cuando el cuerpo acabe,
que no hay desgracia que lágrima no lave
y aunque no quieras verlo,
llorar es una esclavitud a la que te somete
tu cuerpo, pues no tenemos libertad
de llorar por que sí, si nos apetece
ni de queriendo, dejar de llorar.
de aguas cristalinas que en tí habita,
y salen a corretear por tus mejillas
sin previo aviso, dibujando en tu lienzo,
en tu faz, caminitos tan mojados
que resvalan en tus ojos poesía
y a ellas les brindo el fín de mis días
y a ellas les debo, alegrías, enfados...
Nadaría por los ríos que forman tus ojeras
y las bebería sorbo a sorbo si berberlas pudiera.
Hablan un lenguaje ausente.
Sutiles, bellas, todas diferentes.
Las lágrimas no tienen rivales,
pues con más o menos razón,
todas ellas son iguales
si salen del corazón.
Nos acompañan en nuestra vida
desde que de sangre y sudor nacemos.
Pero las últimas... ¡Oh, amarga saliva!
Las últimas llegarán cuando nos marchemos.
Y desde que crecemos,
las lágrimas nos han enseñado
que aunque aveces no las vemos,
es porque las han guardado.
Y esconderlas largos tiempos es complicado.
Pues al fin y al cabo, juguetonas,
estas están en todas las personas,
y todos nosotros también hemos llorado.
Aveces nos contagian sin quererlo,
y acaban cuando el cuerpo acabe,
que no hay desgracia que lágrima no lave
y aunque no quieras verlo,
llorar es una esclavitud a la que te somete
tu cuerpo, pues no tenemos libertad
de llorar por que sí, si nos apetece
ni de queriendo, dejar de llorar.
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